martes, 11 de septiembre de 2012

El diablo en las Logias..... Eloy Reverón





La Masonería posee el estigma del misterio. El ser humano ha temido siempre a todo aquello que no ha podido comprender. Ejemplo elocuente la visión que antaño tuvo de los truenos, rayos y centellas. La Orden de La Escuadra y El Compás ha basado gran parte de su atractivo en la promesa de otorgar mediante los ritos iniciáticos, la revelación de los augustos misterios de la vida y de la muerte. 

Esta exótica fraternidad ha asombrado a las mentalidades ingenuas con su rebuscado lenguaje y los aires místicos de una simbología conformada alrededor de los instrumentos básicos de los constructores de catedrales, y posteriores alarifes del templo interno.

Otro de sus ganchos publicitarios ha sido el prestigio que le otorga considerarse recipiendaria de una antigua tradición vinculada a un cúmulo de sabiduría que data de los orígenes mismos del hombre racional. Al hombre de las cavernas le fue revelado el primer misterio de la fuerza del templo cuando intentó sostener el techo con un tronco, encontrando de esta manera, primera columna del aprendiz; luego vino el compañero, a compartir su pan y su esfuerzo para colocar la segunda columna. Sucesivamente, al maestro se le ocurre trasladar la experiencia a campo abierto levantando el primer monumento megalítico. El origen del arte de construir se pierde en la noche de los tiempos.

Pero más acá de la Masonería moderna que nace en Inglaterra en 1717 y adquiere estructura jurídico institucional en 1723, cuando el reverendo Anderson le redacta su primera constitución; la fama de la Orden se difundió rápidamente por ese mundo que comerciaba con Inglaterra; se difundió también en forma de cofradías militares a través de las cuales se distribuyeron sus misterios en torno de las islas del Caribe y finalmente entre los oficiales de la Legión Británica y la oficialidad del general español Pablo Morillo, que había trabajado en las guerras, luchando con Wellington para expulsar a los soldados franceses de España, durante las guerras napoleónicas.

Después de librada la batalla de Carabobo, buena parte de la oficialidad patriota se estableció en la ciudad de Valencia, donde comenzaron a organizar sus logias. La primera vinculación de las logias con el demonio, la narra Francisco González Guinán en su libro Tradiciones de mi pueblo, especialmente en su capítulo ” Muera la Masonería”. Versa el relato sobre el caso de un abogado entrado en años, que muy a su pesar del triunfo republicano, mantenía un apego enfermizo a los dogmas de la Iglesia, y veía la organización de la sociedad civil republicana como una auténtica obra de Satán

“Empero tenía el doctor una manía: las sociedades secretas le crispaban los nervios y creía ver en ellas la viva representación de los malos espíritus y la más terrible amenaza contra la tranquilidad pública, el honor de las familias y los sagrados fueros de la religión y de las leyes.”

Cuando el señor en cuestión, se enteró de que en la calle Unión se congrega una logia de masones, comenzó una campaña en contra de la Cofradía, la cual no se limitó a la divulgación de la amenaza satánica que representaba la Masonería entre sus amigos y conocidos, sino que acudió ante el general Páez y el gobernador Cistiaga en varias ocasiones hasta que el Gobernador le puso a su disposición un pelotón de soldados para que se presentara frente las puertas del templo, cuando estuviesen realizando sus oscuros rituales, a fin de que acabara con semejantes demonios.

Así, la noche del lance, guapo y apoyado, irrumpió ante las puertas del infernal recinto, golpeándolas con gran escándalo, hasta que de adentro se oyó una voz que respondía con firme ceremonial. 

“De repente se abren de par en par las hojas de la puerta: una luz intensa se extiende: brota humo con hedor de azufre: el oficial y los soldados promueven en gritos extraordinarios, y a la de sálvese quien pueda, dejan al pobre doctor en las garras de cuatro hermanos de Hirán, vestidos de largas y negras capuchas y hablando por medio de bocinas, lo precipitan al interior, cierran con estrépito la puerta, véndale fuertemente los ojos y le pronuncian esta aterradora frase: - No os mováis, o sois hombre perdido para siempre…

El historiador valenciano, que perteneció según sus propios testimonios, a la logia Alianza N 8 durante alguna etapa de su vida,  perfila algunos detalles vinculados al ritual de iniciación. Sin revelar muchos detalles de la ceremonia de la cual fue objeto el fanático abogado, comunica lo esencial. No obstante, se puede suponer que lo hicieron vivir gran parte de un ritual de pasión y muerte, que de alguna manera le transmitió señales del secreto de la iniciación masónica. 

Termina su experiencia a la mañana siguiente, abandonado a la orilla del río Cabriales, con el filo de una espada haciéndole contacto en la espalda, de donde una lavandera lo rescató. De allí, según reza la tradición, se fue a confesar diciéndole al confesor que del odio a la Masonería se había librado, y ahora quería lavar … la mancha afrentosa que es la mancebía.” El padre terminó siendo padrino de la boda, y según deja en el plano de la duda, posiblemente ese cura también era masón. De tal manera se puede apreciar como una tradición verbal recogida por el historiador, intenta rescatar la imagen de la Orden, y de alguna manera despojarla de su imagen luciferina.
 
De la satanización de las sociedades secretas no solo existen tradiciones del siglo XIX. Es notable el caso de un esmerado antimasón, que con el pseudónimo de Mister X, se tomó el trabajo de escribir un libro para mostrar un supuesto carácter anticristiano de la Masonería. Es oportuno citar el capítulo: “El Diablo en las logias” donde Germán Borregales afirma: 

“Es un hecho histórico innegable la influencia del Diablo, así, con mayúscula, en la fundación, desarrollo y actividades de las Sociedades Secretas, particularmente en la Francmasonería”

El sentido diabólico que le encontraba Germán Borregales a la Masonería se fundamentaba no tan solo en el hecho de que el Papa León XIII la hubiera descalificado, sino que a pesar de la voluntad pontificia,  a muchos católicos les hubiera parecido que la Orden no exigía nada contrario a la religión y buenas costumbres. La “infalible” palabra de Su Santidad apuntó categóricamente:

… ; pero como en realidad, el crimen y el vicio constituyen la única razón de ser de la Masonería, es de todo punto de vista evidente que no es lícito inscribirse en dicha secta ni ayudarla de ninguna manera.” 

El carácter satánico de la Masonería estaba implícito en el hecho que a pesar de la Santa Palabra del representante de Dios en la Tierra, cada día más católicos se dejaran fascinar por el engaño diabólico de los maestros masones, para hacer caer a los ingenuos agnis dei de semejante manera,  debían estar bajo los influjos de Lucifer. 


” Un engaño en el que toma parte el Diablo, sin duda, porque en las logias masónicas, como arriba probamos, hay muchos espíritus infernales dirigiendo los trabajos.

Es mucho más fácil personificar al enemigo identificándolo como símbolo de la perversidad última que tratar de entender que hay detrás de las posiciones que defiende cada uno. ¿No es entonces más complicado reflexionar en torno a las pérdidas de la Iglesia Católica tras la crisis del pensamiento europeo después de mediados del siglo XVIII y principios del XIX que atacar ciegamente a los privilegiados emergentes, nuevos beneficiarios de los cambios políticos y económicos, y su legítima defensa ante aquellos que intentaban reacomodar sus cuotas de poder en el nuevo orden? Fue mucho más sencillo para el gran público, olvidar la esencia divina del poder monárquico frente a la perversidad ciudadana. Cuando llegaron los sacrílegos derechos civiles a pervertir el santo orden de las cosas, era más sencillo acusar al Belcebú. Pero no tanto como para no percatarse en el debido momento, que al final resultó más sencillo cortarle la cabeza a los reyes que de decapitar a la Monarquía, porque la mentalidad y la ideología defensora de los intereses de la cultura dominante, prevalecen como vehículos transmisores, de la estructura mental de los privilegios ancestrales, y de una generación a las siguientes.

Para la mentalidad conservadora y colonialista, son diabólicas todas las manifestaciones culturales que evoquen alguna deidad anterior, o distinta a las impuestas por la doctrina.

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