sábado, 31 de enero de 2015

Talento Masónico...y el arte de la gerencia en la diplomacia.




En la medida que avanza el siglo 21, los cambios se están produciendo más rápidos en lo comunicacional, tecnológico, nuevas práctica y desarrollo gerencial, organizacional,  demográfico, económico, políticos y hasta la forma de hacer negocios, toda esta complejidad demanda personal con alto niveles de compromiso y competencias muy cónsonas con esta realidad.


Esta nueva tendencia se da en toda la sociedad humana y particularmente en la organizaciones y/u empresas del siglo XXI, es importante resaltar que para dinamizar todo procesos de cambios, se necesita de lideras capaces de comprender todos los fenómenos gerenciales, sociales y económicos, además de ser individuos con un conjunto de habilidades, conocimiento para adaptarse a las exigencia de la nueva economía.

La conjugación de toda esta complejidad social, económica, organizacional, humana, política, cultural además de las experiencias vivida tanto en la administración pública, privada y como consultor de capital humano me han permitido racionalizar la búsqueda hacia una categoría alternativa capaz de comprender, dinamizar los procesos humanos y productivos desde una perspectiva holística sinérgica, empática dando origen al nacimiento de la categoría denominada diplomacia gerencial.


Esta categoría que comienza a configurarse, desde una perspectiva humanística y lógica, plantea que los seres humanos por naturaleza son sociables y adaptativos, pero que también necesitan de un conjunto de factores sociales, económico y ambientales para lograr un mejor equilibrio humano y profesional. un contexto caracterizado por lo individual, solo gano yo, monopolio de las decisiones, poca comunicación, poco humanismo, las personas padecen de un conjunto de síntomas negativos y de resistencia a los cambios generada por tal realidad.


Por esta razón, se hace imperante la necesidad de entender que estamos trabajando con seres humanos que poseen un conjunto de valores, creencias, experiencia y aprendizajes que no son fáciles de cambiar por su misma esencia cultural y humana, todas estas características nos conlleva a concluir que cada individuo posee su autonomía, su propias prácticas humanas y estratégicas para su subsistencia familiar y laboral.



Todo esto nos conlleva a que la conducción de todo este proceso organizacional amerita muchas reflexiones, liderazgo, madures, conocimiento, autocrítica, experiencia además de sentido común, porque se trata de convivir y ganar –ganar, esta premisa tomada de covey permite a mi manera de entender garantizar el éxito, aceptando la diversidad del pensamiento humanos.


Por eso se hace necesario hablar de diplomacia gerencial, la entenderemos como las relaciones entre los individuos dentro de un marco de respeto, vínculos amistoso y de cordialidad basado en un conjunto de pautas entre la cuales se nombran la diversidad del pensamiento, afinidad, negociación, cultura, las normas interna de la organización y por último la química que exista entre las parte.


Este beneficio sirve de feedback y actúa como fuerza impulsora de la gestión, estimulando la búsqueda de nuevas formas de alcanzar buenos resultados dentro de un mercado competitivo, elevando a mayores niveles de creatividad, entendimiento y respeto.

Por consiguiente y compartiendo lo señalado por Mc Lujan: estamos viviendo en una aldea global, donde la revolución de la comunicaciones, tecnología y el nuevo realiniamiento del pensamiento humano ha acelera cada vez la búsqueda de oportunidades en los negocios, en la apertura de nuevos acuerdos conformándose un nuevo orden mundial basado en el respeto a la ideas y la tolerancia entre los seres humanos.


De todo lo anterior se desprende que el papel de los líderes, es de suma importancia en todo este proceso, porque son ellos los responsables de lograr y promover los cambios y transformaciones a lo interno de la organización produciendo el logro de los objetivos y el beneficio colectivo de los miembros de esta.


La diplomacia gerencia se propone como una vía estratégica que busca que las partes involucradas en todo el proceso de gestión pueda llegar acuerdos, entre todos con el fin de propiciar un ambiente y un clima organizacional en equilibrio.


Es importante resaltar que los líderes que asumen la diplomacia gerencial como nueva estrategia alternativa para el logro del objetivo deben considerar un conjunto de competencias personales:


• Capacidad de escucha y de comunicarse verbalmente.

• Adaptabilidad y capacidad de dar una respuesta creativa ante los contratiempos.

• Capacidad de controlarse a sí mismo, confianza, motivación para trabajar en la consecución de los objetivos.

• Sentirse orgulloso de los logros conseguidos.

• Eficacia grupal e interpersonal, cooperación, capacidad de trabajar en equipo y habilidad para negociar.

• Eficacia dentro de la organización, predisposición a participar activamente y potenciar el liderazgo.

• Respeto por los individuos por sus derechos y dignidad

• Estimulo al reconocimiento y a la creatividad.


Todos estos componentes producen un conjunto de interrelaciones fundamentales que son determinante para lograr cerrar el ciclo de efectividad de la diplomacia gerencial a lo interno de la organización y promover la interacción entre las partes que conforman y estructuran a las organizaciones inteligentes capital humano, capital financiero, capital estructural, capital social y el capital tecnológico. Además de otras competencias profesionales y especializadas que son importante en esta propuesta.




En conclusión se debe tomar en cuenta como premisa que cada ser humano posee su propia filosofía, modo de vida, la tarea de un buen al líder es comprometerlo y brindarle oportunidades apoyos para que esto desarrollen su proyecto de vida y de trabajo, por eso la importancia de producir esa química interactiva entre quienes conforma la estructura de la organización de allí la importancia de aplicar como estrategia efectiva a la diplomacia gerencial.

Pierre Cubique.·.

martes, 27 de enero de 2015

Algunas aproximaciones a la Independencia de Latinoamérica.




"La independencia de Latinoamérica se dio por causas internas y externas. Hubo una serie de conflictos armados en cada pueblo de Latinoamérica, los cuales tenían un solo objetivo, la independencia de cada pueblo."


Causas del movimiento de independencia en las colonias españolas


Cuando en Europa parecía menguar el fuego de la Revolución, se inició en las colonias españolas de América una acción reclamando su independencia de España. La causa esencial de este proceso fue la incapacidad de la metrópoli para hacer frente a las exigencias de reforma administrativa, renovación social y política y expansión económica de sus colonias. El mismo sentimiento de protesta contra la ineptitud del despotismo ministerial que estalló en España en 1808 contra Carlos IV, provocó la separación de los países americanos.


Otras causas fueron de orden interno y externo. Entre las de este tipo están la difusión de los ideales enciclopedistas, el ejemplo de los Estados Unidos de América y el deseo de Inglaterra de romper el monopolio colonial español en América del Sur. Entre las causas internas figura el desarrollo del poder social de los criollos (blancos americanos), quienes aspiraban a poseer también el poder político. En todo caso, el triunfo de la Independencia se funda en la debilidad de la metrópoli, invadida por las tropas de Napoleón o sujeta a graves luchas políticas internas.


Actuación de los precursores en la Independencia de Latinoamérica


Entre los criollos residentes en las principales ciudades coloniales existió cierta agitación revolucionaria a partir de 1780. La fomentaban y mantenían ideólogos como Antonio Nariño, colombiano, propagador de las doctrinas políticas de los enciclopedistas franceses. Tal agitación se tradujo en una serie de golpes de mano y conjuraciones aisladas. La más importante fue la de los Comuneros de Socorro, que estalló en Nueva Granada en 1781.


El primer sudamericano que procuró unir todos los esfuerzos de los separatistas en una acción común fue Francisco Miranda (1756-1816), Venezolano, natural de Caracas, luchó contra los ingleses en Norteamérica y fue general girondino en Francia. Desde Londres, donde tenía su cuartel general, preparó un desembarco en su patria, con el apoyo de Inglaterra y los Estados Unidos. Fracasó en Ocumare y Vela de Coro (1805), pero regresó a Londres con nuevos arrestos para fomentar su causa.


Las sublevaciones de 1810


La labor de Miranda y sus compañeros, así como la de los liberales criollos, tuvo ocasión de manifestarse en 1810, cuando el gobierno de la metrópoli se vio obligado a refugiarse en Cádiz ante el ímpetu de los ejércitos napoleónicos. Ya desde 1808 la actitud separatista se había manifestado en el acto de reclamar Juntas de gobierno americanas; pues bien, en 1810 éstas se impusieron en todas partes, con el propósito de adueñarse del poder y proceder luego a la proclamación de la Independencia.

En Buenos Aires, los revolucionarios impusieron la Junta después de la jornada del 25 de mayo de 1810. En Santiago de Chile, los criollos, a ejemplo de los bonaerenses, impusieron su causa en los días 11 de junio y 18 de septiembre. En Caracas la revolución ya había estallado, con éxito, en las jornadas del 18 y 19 de abril, y Bogotá había seguido su ejemplo el 20 de julio. Por otra parte, en México, el cura Hidalgo se levantó en Dolores (16 de septiembre) y con un ejército de indios se dirigió contra la capital; su derrota y su ejecución no paralizaron la acción separatista mexicana, que halló otro caudillo en Morelos.



Luchas entre españoles y separatistas


Contra los americanos que preconizaban la independencia de las colonias, otros manifestaron su fidelidad a la monarquía y se agruparon alrededor de las autoridades españolas. Sobre todo eran propietarios rústicos, dueños de grandes haciendas en Méjico y el Perú. Gracias a su ayuda, los virreyes dispusieron de algunas fuerzas para combatir a los patriotas. Entre 1810 y 1816 España logró reducir casi por completo el movimiento separatista. Así en Méjico, los realistas, acaudillados por Itúrbide, derrotaron a Morelos, lo cogieron prisionero en Tezmalaca y lo fusilaron en 1815.

En América del Sur la defensa de los derechos de la corona española corrió a cargo del virrey Abascal. Este mantuvo en paz el virreinato del Perú, y desde este reducto organizó y envió ejércitos contra los sublevados, los cuales, a su vez, se combatían en ásperas luchas internas. El movimiento independentista en Chile fue sofocado en 1815, después de la victoria de Cancha Rayada (1814) que puso fin al período llamado Patria Vieja. En Nueva Granada los realistas se apoderaron de Quito en 1814 y prepararon el éxito de la expedición del general español Morillo, quien conquistó Cartagena en 1815 y Bogotá en 1816. Mientras tanto, en Venezuela los españolistas, mandados por Boves, habían puesto fin a la guerra a muerte y expulsado a Bolívar y sus partidarios del país, después de infligirles algunas severas derrotas que hicieron cundir el desaliento en las filas de aquéllos.


Bolívar y San Martín aseguran la causa americana




En Argentina, a pesar de las luchas internas y de las derrotas en las fronteras, los patriotas habían logrado mantenerse en el poder. En 1816 proclamaron la independencia del país. AI año siguiente, el general José de San Martín (1778-1850), que después de hacer una brillante carrera militar en España había abrazado la causa americana, emprendió, de acuerdo con el gobierno argentino y con el apoyo de los emigrados chilenos (como Bernardo O’Higgins) una expedición para liberar a Chile. Partiendo de Córdoba, traspuso los Andes y, tomando por sorpresa a las escasas fuerzas españolas, las derrotó en Chacabuco. Esta batalla y la de Maipú (1818) hicieron efectiva la independencia de Chile. Alentado por estos éxitos, San Martín condujo su ejército al Perú, y entró en Lima en 1821. Pero el ejército español se mantuvo aquí en la meseta peruano-boliviana.


Mientras tanto, otro general americano obtenía triunfos no menores. Simón Bolívar (1783-1830), natural de Caracas, había combatido por la independencia de América desde 1810. El fue quien condujo en Venezuela la guerra a muerte, que terminó con su fracaso en 1814. Después de otras intentonas, todas sin éxito, logró formar un gobierno en los llanos del Orinoco, en Angostura (1817). Desde aquí emprendió sus grandes campañas de liberación. En 1819 cruzó los Andes, derrotó a los realistas en Boyacá y, conquistando Bogotá, dio la independencia a Colombia. Dos años después renovó este gran triunfo al obtener la victoria en Carabobo, que le dio Caracas. Venezuela pudo ser independiente.


Sólo faltaba reducir los núcleos españoles de Quito y el Perú. En la entrevista de Guayaquil (1822), Bolívar obtuvo de San Martín que le dejara el campo libre. Luego, su lugarteniente Sucre (1795-1830), esforzado militar, vencía en el Pichincha y daba la independencia a Quito (1822). En 1824, en plena descomposición del último ejército español en América, Bolívar obtenía nuevos laureles en Junín. Al año siguiente, Sucre cercaba y obtenía la rendición de los españoles en la decisiva batalla de Ayacucho.


Los nuevos Estados en su vida interna y externa


La independencia de los Estados de Hispanoamérica fue prematura. Este hecho explica el caos en que cayeron después de lograda aquélla.

Las nuevas democracias sudamericanas se convirtieron en campo de palestra de aventureros y soldados de fortuna. El caudillismo, el gran mal de este período, fue con todo un remedio para preparar el advenimiento de regímenes menos anormales.

El apoyo de Inglaterra y los Estados Unidos fue decisivo en la lucha de las antiguas colonias españolas por su independencia. El presidente Monroe proclamó en 1823 la Doctrina de Monroe, contra cualquier intervención europea en América de tipo colonizador o imperialista; en 1825 el ministro inglés Canning reconoció la plena soberanía de las naciones hispanoamericanas.







Los Estados independientes hispanoamericanos


La independencia de Méjico fue lograda en 1821 por el acuerdo entre el general Itúrbide y los separatistas (plan de Iguala). Aquél se proclamó emperador (Agustín I), pero pronto fue derribado del poder, que se disputaron con encarnizamiento unitarios (conservadores) y federales (demócratas). El país vivió en un régimen de sucesivos golpes de Estado. El único político que descolló fue el general Santa Anna. Durante estas luchas se segregaron de Méjico los Estados de la Confederación Centroamericana (1823), que a su vez se fragmentaron en las actuales repúblicas de Guatemala, Honduras, San Salvador, Nicaragua y Costa Rica.


Los ideales de una gran República sudamericana, sustentados por Bolívar, se deshicieron ya antes de su muerte. La Gran Colombia se disgregó (1830) en los Estados de Venezuela, Colombia y Ecuador, que fueron presa de una terrible anarquía política. Lo mismo sucedió en el Perú y Bolivia. Esta república fue una creación de Sucre.


Chile conoció también luchas civiles entre pipiólos (liberales) y pelucones (conservadores). En cuanto al antiguo virreinato del Plata, dio lugar a tres Estados independientes: Paraguay (desde 1811), Uruguay (desde 1828) y la Argentina (desde 1816). En esta nueva nación se desencadenó la lucha entre los porteños (liberales) y los provincianos (conservadores). Durante un largo período (1829-1852) impuso su dictadura el general Rosas, quien logró estabilizar algo el poder público, a pesar de los defectos de su gobierno. El Brasil adquirió su independencia de modo pacífico en 1825, bajo el gobierno del emperador Pedro I de Braganza.




José Rafael Otazo M.
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Profesor Universitario.   
Miembro Correspondiente de la Academia de la Lengua, capitulo Carabobo.
Miembro de la Ilustre Sociedad Bolivariana de Venezuela.
Miembro de la Digna Sociedad Divulgadora de la Historia Militar de Venezuela.
Miembro de La Asociación de Escritores del Estado Carabobo.
Investigador en la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica



Refer http://es.paperblog.com/users/asurza/

domingo, 25 de enero de 2015

Los estudios coloniales latinoamericanos… ¿Historia ó literatura?





Desde hace ya más de dos décadas, los estudios coloniales latinoamericanos han vuelto a preguntarse acerca del estatuto histórico o literario de las crónicas de indias, retomando una tradición que se remonta a los grandes críticos literarios e historiadores que repensaron el corpus de indias en la primera parte del siglo XX: Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Ramón iglesia, Mariano Picón-Salas, Mario Alberto Salas, Enrique Anderson Imbert, Juan José Arrom, Edmundo O'Gorman, entre muchos otros... Esta inquietud se reavivó también como modo de respuesta al papel periférico que se asignaba a la literatura del continente en el marco de la literatura hispanoamericana. No olvidemos el hecho de que, en buena medida, este corpus de indias ha sido pensado en términos de "génesis" de la discursividad latinoamericana contemporánea, tanto por parte de escritores (Carpentier y Fuentes entre los más destacados) como por la crítica (tempranamente por Alfonso Reyes; desde los años ochenta en adelante por Enrique Pupo Walker y Roberto González Echevarría entre los más destacados).


En definitiva, se trataba de buscar un "origen" de la literatura y cultura latinoamericana, no afincado en las textualidades del siglo XIX o en un momento tardocolonial, sino en aquellos textos "fundantes" en los que todo parecía posible: las crónicas de conquistadores y soldados, los conmovedores cantares de los guerreros mexicas derrotados. Claro que, como mencionamos más arriba, no se llega a afirmar que estas crónicas sean, en efecto, ficciones, o que entren de lleno en la categoría de "lo literario". Antes bien, se pretende reconocer en ellas procedimientos de "ficcionalización",  o herramientas de construcción del relato vinculadas a la novela. También se les pone a dialogar con la picaresca, la novela pastoril o sentimental, la épica, los libros de caballerías: tipos textuales con los que estas crónicas conviven porque les son contemporáneos. En suma, el objetivo es identificar filiaciones literarias o mecanismos propios de la literatura para delimitar un corpus fundante, que vuelva la mirada sobre la producción del continente, sin colocarla en situación de inferioridad respecto a la literatura española o europea en general.


En el otro polo se encuentra una perspectiva que subraya lo anacrónico y problemático de una búsqueda de elementos novelescos o ficcionales en textos coloniales, cuyo objetivo y forma no fueron literarios, y que simplemente pasaban a ser "documentos fundacionales de la literatura hispanoamericana debido a la necesidad, para cubrir un largo e incómodo vacío literario de la colonia". Esta perspectiva propone pensar las crónicas de indias atendiendo en especial a las pautas de una retórica que marcaba con énfasis las características y los límites del discurso histórico. En este desplazamiento, es preciso restituir el contexto de producción y "tomar en cuenta qué 'cree' cada texto que es, cómo se despliega en relación con un modelo virtual".  A partir de allí se conforma la complejidad (y la riqueza) de estas crónicas, en el cruce entre tradición, experiencia y nuevos modos del decir. Se trata de atender a la dimensión histórica de estos textos, a su articulación material y cultural, sin descuidar los aspectos retóricos y formales.


De este modo, se repone el vínculo entre historiografía y poética que signaba los textos de la época, capitalizando, en la lectura, el límite impreciso entre literatura e historia -lo que no quiere decir que sea posible concebir estas crónicas como ficciones o novelas-. De allí que sea posible caracterizar estos textos en relación con sus filiaciones retóricas, entendiendo el término en su doble acepción: como andamiaje y herramienta de construcción de un discurso de acuerdo con modelos determinados, por un lado, y como perspectiva que entiende la discursividad en su modulación persuasiva, por otro. Se comprende, además, la importancia de los paratextos: constituyen el espacio textual donde se juega el establecimiento de una relación, de ciertos modos de comunicación, de un diálogo que suele implicar algún grado de desigualdad o subalternidad.


En este marco, reingresa la pregunta por la especificidad del discurso histórico ya que, como bien apunta Hayden White al historiar su propia práctica, la narración no es una forma obligada del discurso histórico (otras posibles son la meditación, el epítome, los anales). White despliega entonces otra inflexión que queremos incorporar aquí: se trata de la idea de lo real que la narración pone en escena, del tipo de ordenamiento de los acontecimientos que la trama del relato provee, de las explicaciones y las causalidades. Desde esta perspectiva, un texto histórico es tal, también, en virtud de un deseo de lo real que estaría conjurando cierta angustia de finitud, fugacidad, muerte a las cuales el orden del relato (no del discurso) pondría límite. En esta función de la narratividad como sutura y sentido, como reparación del trauma, se juegan las transformaciones de algunas de nuestras textualidades: desde las probanzas, relaciones geográficas y anales hasta la escritura, reescritura, ampliación, concatenación y sentido que provee el relato histórico en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo, la Brevíssima relación de la destruyción de las Indias de fray Bartolomé de las Casas, la obra de fray Ramón Pané, así como también los textos de Ávila y las denominadas "crónicas mestizas" como la de Santa Cruz Pachacuti Yamqui, todas ellas analizadas en distintos trabajos de este dossier.


En estas crónicas, la narración histórica sería un modo de aprehender el mundo -la propia experiencia, el pasado, lo singular y lo colectivo-, así como también un modelo para alcanzar cierto espacio en la historia como institución, atendiendo también a intereses específicos. Estas dimensiones coexisten, en tensión, en la escritura como actividad, responsabilidad, reclamo, promesa y legado. Si para la Brevíssima relación y la Historia verdadera es posible afirmar que, al menos en principio, la fuerte presencia del yo estaría asociada a la construcción de nuevos modos de la narración histórica antes que a una voluntad histográfica, no es posible olvidar que estas textualidades se vinculan adrede con ciertas formaciones discursivas, donde disputan un espacio de enunciación y legitimidad, como muy bien muestran las crónicas mestizas.


Asimismo y con distinto énfasis entre sí, estas crónicas presentan la dimensión de la escritura de la historia como reparación, como sutura del trauma, y también como espacio textual único para la supervivencia de memorias en constante proceso de desaparición. Esto les confiere cierto ubicuo tono de nostalgia o lamento, en especial en el tratamiento de lo perdido: memorias, pinturas, saberes y también, claro, en cuanto a la pérdida literal de grandes personajes y la destrucción de espacios (palacios, puentes, mercados, ciudades enteras) otrora magníficos, vinculados siempre con la historia de un estrato específico: el de la nobleza indígena. Se íal funcionamiento de la narración en tanto estructura que permite hacer inteligible la experiencia, comprender incluso lo inverosímil, colocándolo en nuevas coordenadas tempo-espaciales occidentales, en nuevas causalidades, más allá de la honda herida de la ruptura cultural y social consecuencia de la Conquista.


En todos los casos y en distinta medida, la narración histórica también se presenta como apuesta futura, quizá como utopía: espacio de reunión textual de tradiciones encontradas; también de discusión del legado autóctono y occidental, y de conformación de un locus de enunciación nuevo que permita reconvertir el papel de estas comunidades subalternas en las complejas dimensiones sincrónicas y diacrónicas de la sociedad colonial. Estas escrituras tensan el deseo de lo real hacia el deseo de la utopía, configurando, en el complejo entre lugar de su narrador-cronista, el espacio de la supervivencia.






José Rafael Otazo M.
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Profesor Universitario.   
Miembro Correspondiente de la Academia de la Lengua, capitulo Carabobo.
Miembro de la Ilustre Sociedad Bolivariana de Venezuela.
Miembro de la Digna Sociedad Divulgadora de la Historia Militar de Venezuela.
Miembro de La Asociación de Escritores del Estado Carabobo.
Investigador en la Asociación para el Fomento de los Estudios Históricos en Centroamérica